Cuentan que la playa es el límite entre
dos mundos: La Tierra y el Mar. Durante mucho tiempo ningún ser humano quiso
ocuparla por miedo a los piratas, a las tormentas, a los misterios que escondía
y que éramos incapaces de descifrar. Pero ocurrió que una pequeña niña, a la
que todos llamaban Martana descubrió el secreto a la orilla del Mar.
Una tarde, mientras el sol se despedía
hasta un nuevo día, dejó olvidada su
muñeca sobre la arena de la playa. Durante toda la noche temió por ella y nada
más salir el sol corrió a buscarla. En su lugar encontró una bella concha que
colgaba de un cordel y entendió lo que los adultos no comprendieron jamás: el
mar le devolvía su regalo.
Dispuesta a descubrir quien hizo el collar cada tarde dejaba un objeto en
el mismo lugar. Si colocaba sus propios
juguetes recibía algo que le parecía maravilloso, el caparazón de un cangrejo,
un barquito de coral, un cestito de hojas de posidonia. Pero cuando eran
objetos cotidianos que ya no utilizaba y que para ella eran basura se los
devolvían transformados. Una vez dejó una bombilla fundida y la encontró
rellena de conchas marinas y sal del mar coloreada, otro día dejo un bote de
cristal y lo recuperó como un puñado de cristalinas que brillaban en su manos.
Con todos esos regalos se fue construyendo un pequeño museo al que ella llamaba Los Tesoros
del Mar.
Una noche en la que la Constelación del
Escorpión brillaba sobre las aguas se decidió a comprobar quien dejaba aquellos
regalos. Se escondió detrás de una barca que descansaba sobre la arena y
descubrió que al salir la luna muchos animalitos a los que no prestamos
atención salieron a la orilla a buscar tesoros. Desde el mar una joven sirena
los dirigía a todos. Martana no podía creer lo que estaba viendo y era tanta la
emoción que salió de su escondite y corrió hacia ellos. Todos se asustaron y
desaparecieron bajo la arena, las piedras o en el fondo del Mar. La bella
sirena, sabiéndose a salvo dentro del
agua, se quedó mirándola.
Hablaron
durante muchas horas, tantas que el Sol tuvo que regañarles. Desde aquella
noche la niña le cambió el nombre a su museo ya que aprendió que todo lo que
olvidamos, perdemos o tiramos en la playa es transformado por los seres marinos,
el roce con las piedras, o el agua salada. Por eso ella lanzó aquella palabra
al mar y con el movimiento de las olas la recuperó modificada. Los tesoros se
convirtieron en teroso.
Cuando
Martana creció se dio cuenta que cada día echamos más basura a nuestros mares y
océanos y que los seres marinos que las transforman ya no dan abasto. Asi que
ahora se dedica a ayudarles y es ella la que con su imaginación transforma lo
que encuentra sobre la arena en pequeños obsequios que regala a sus amigos. Si
no tuviesen que perder tanto tiempo en limpiar su casa quizás nos
encontraríamos más terosos en la orilla de la playa. ¿Le echamos una mano?